Nuestro bien más preciado es la vivienda por ello es necesario mantenerla y conservarla para evitar desembolsos imprevistos y aumentar el grado de satisfacción y confort que tenemos de ella. Para ello, es necesario un cambio de mentalidad que termine con la pasividad imperante respecto del uso, mantenimiento y conservación de las viviendas.

Es preciso recuperar los hábitos temporales del mantenimiento y conservación que aún perduran en las sociedades más tradicionales (la limpieza del tejado, el encalado de las paredes, el encerado de los pavimentos, la pintura de las puertas y ventanas entre otros) porque la ausencia de estos nos conducen a no conservar sino a tirar y sustituir, induce a creer que los edificios se construyen para durar eternamente sin que debamos hacer nada por ellos y sin la necesidad de la intervención mantenedora de los usuarios para alargar en lo posible su vida útil.

Conviene no olvidar el consabido refrán español “más vale prevenir que curar”, pues en efecto, los costes que conllevan el mantenimiento y la conservación así como las actuaciones derivadas del uso y utilización adecuada de los edificios suponen una inversión rentabilísima por los beneficios de todo tipo que nos proporciona.

El mantenimiento de la vivienda debe ser entendido como una necesidad para mantener el valor económico de la misma, como instrumento que posiciona el edificio en un estatus de elemento preferente que en caso de venderse, aporta directamente un valor evidentemente mucho más elevado por tener un buen estado. Lógicamente a corto y medio plazo nos aporta otros beneficios como ganar en calidad de vida y la satisfacción que nos aporta del disfrutar de una vivienda en perfecto estado.

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Mantenimiento integral de viviendas